martes, 8 de abril de 2008

rastreando al plantel...

Este humilde reportero del club (recién arribado de unas merecidas vacaciones en Kamchatka, donde disfruté de las hermosas actividades locales como “el día de caza del judeo-cristiano” y “pónganle la cola al burro, previamente violado”), ha salido a la búsqueda de los integrantes del plantel para ver en que andaban y si habían encarado de manera debida la pre-temporada. Luego de arduas jornadas lo que pesquisé es lo siguiente:

Al primero que hallé fue a nuestro zaguero estrella, estrella que brillo por su ausencia, me refiero a Gonzalo “el murga” Rodríguez. Lo encontré en las canchitas del clínicas, vestido como para la competencia deportiva... -“al fin alguien del club – me dice ni bien me ve – hace dos semanas que estoy esperando para que empecemos a jugar” - “eh... no” - “no ¿qué?” - “que ya fue el campeonato: como que ya empezó, ya se jugó y hasta se terminó” - “NO-TE-PU-E-DO-CRE-ER” - “¿duro verdad?” - “¿y cuándo jugamos ahora?” - “eh... ¿cuándo juega el kamcha’?” - “si, ¿cuándo jugamos?” - “NO, ¿cuándo juega el kamcha’?” - “porqué no...” - “y, no...” - “pero no...” - “no, no... qué le va a hacer! Italo tampoco tubo segunda oportunidad.”
Caminaba por la calle y me topé con una mina que claramente era una neurótica, la tipa estaba en plena crisis de angustia. Pensé: “esta es la mía, a esta guaranga es consolarla un cacho y pácate!... pa’l catre”. “¿Qué pasa bebota? – le dije – vení, llorame en la poro... eh... en el hombro mami, ¿qué pasó?” - “acabo de salir del psicólogo... es un hijueputa... se quiso propasar... ¡¡¡devolveme la plata sorete!!!” – gritó hacia arriba. “No te devuelvo una mierda, forra!!!” – gritaron desde arriba. La voz me era familiar, miré hacia el balcón desde donde provenía la voz y allí veo a el gran Gonzalo “gattuso”. “¡Qué hijo de puta! – le digo, al tiempo que le meto una mano en una teta a la mina – no te dieron el título y ya estás robando” - “y viste como es, hay que pagar las deudas de la whiskería...”. Le comenté que andaba buscando a los integrantes del plantel y me dijo que lo acompañase al consejo de la facultad que allí iba a poder ver a Luigi. Eso hicimos.
Recostado en su silla, con las piernas sobre la mesa y hojeando una revista porno se encontraba nuestro capitán en el consejo de la facultad. (En ese momento me di cuenta que Luigi, en un futuro, va a ser el presidente de nuestro querido club). Un flaco con bastante pinta de maricón estaba hablando: “...bueno, vamos a discutir sobre los diversos planes de estudio que se están llevando a cabo en la facultad...” Nuestro capitán se levantó, golpeó la mesa con su firme puño y sentenció: “Mirá Manolo, vos sos un puto igual que todos los putos de la IASA, te cogimo’ el año pasado y te vamo’ a coger este también. Lo que hay que hacer, y lo digo por última vez porque ya me tienen las bolas por el piso, es sacar 'entrevista y diagnóstico' y poner ‘historia de Kamchatka’, yo voy a dictar los cursos y se acabó el tema...” La cosa se picó, en determinado momento el gordo del BareMarte (o como mierda se escriba) se calló al piso quedando totalmente indefenso, en ese momento Felipe apareció quién sabe de donde y le pateó el ojo al grito de “ahora si te vas a quedar sin ojo, chupa pija...” intenté aprovechar que lo tenía cerca para preguntarle al “lipe” en qué andaba, pero cuando me acercaba ya se estaba encarando a una hipilla del consejo. Preferí no molestarlo y me fui a la mierda.
Me tomé un bondi hasta Tacuarmbó, para ver si encontraba al Cuchu, el hijo pródigo de Alá, pero ni bien me puse en averiguaciones, los paisanos del lugar me informaron que en esa semana (era la semana criolla) el Cuchu tiene una changuita en la rural. Volví a Montevideo, llegué a la puerta de la rural pero no tenía un mango para la entrada, así que decidí colarme por la cancha de River (arte aprendido en los años del Bauzá), justo estaba practicando la primera, así que aproveché para escupir a Carrasco. Salté el muro que separa el predio de la rural del Saroldi y me colé. Encontré al Cuchu en un establo cagándose a trompadas con un caballo salvaje, de esos que compiten en las jineteadas. Le pregunté qué hacía allí y me comentó que: “en esta semana me contratan pa’ que cague a trompadas a los caballo’ antes de que salgan al ruedo, yo les doy una gran patada! en el orto y un gran boleo! en el hocico y así e’ como los ves despue’, hechos uno’ enfermo’, corriendo y pateando pa’ todos lado’ como loco”. Seguí en la búsqueda de nuestros ídolos.
Pasé por la sede del club, o sea por el putero en el que siempre achica nuestro honorable presidente, para ver si él podía informarme sobre la vida de algunos de nuestros players. Con cocaina en los labios y un boniato en el recto el “presi” me comunicó que la institución había decidido invertir unos pesos (conseguidos por la venta del Vengala a Nacional) en un tratamiento con nutricionistas para dos de los más grandes talentos del club: el chouny y el pajarito. La idea era alimentarlos a base de creatina mezclada con avena, esteroides y hamburguesas “JR” para ver si podían sacar algo de musculatura y dejar de ser los “peso-miseria” del campeonato para esta temporada.
Ansioso por ver los resultados salí a la calle, pero hete aquí que al doblar una esquina veo a seis tipos de trajes negros golpeando a alguien que me pareció conocido, me acerqué y comprobé que el flaco que recibía la brutal golpiza era nada más ni nada menos que el mismísimo Nicolás. “Así que no querés usar la seis – decía uno de los mercenarios – vas a dejarte de boludeces...” - “¿Quién los manda?” balbuceó escupiendo sangre nuestro melenudo centrofobal. “El resto de tus compañeros, el presidente y las porreras nos mandan decirte que vuelvas a usar la seis y te dejes de joder que con la catorce no le hiciste un gol a nadie”. - “No solo no voy a usar la seis, es más...” comenzó a decir el leonino shooteador alzando las cejas y levantando el dedo índice, pero una patada en el medio de la frente le impidió terminar la frase.
Seguí mi camino hacía el laboratorio donde desde hacía dos meses tenían en tratamiento a “little bird” y a “little chouny”. Cuando toqué la puerta del instituto “Walter Chango: gurú internacional del aumento de peso”, quien me atendió fue el mismísimo Matías González. Estaba de túnica, con un microscopio colgando del cuello, un suero conectado en el brazo izquierdo e igual de desnutrido que siempre. Con cara de “que mundo de mierda!” y un desenfreno de movimientos de manos y gesticulaciones me limité a decirle: “explicame esto... carajo!”. Me contó que él había abandonado el tratamiento porque estaba “recolgado” estudiando los efectos que el proceso estaba teniendo en Pablo. Ante la pregunta de porqué andaba con una bolsa de suero, me contestó que no era suero lo que había en el receptáculo, sino café, que para no perder tiempo batiendo pidió que directamente se lo pasasen de manera intravenosa. Me comentó que el tratamiento no había resultado como se esperaba en el chouny, que el tipo no solo no había engordado un sorete, sino que lo que le entraron a crecer fueron las cejas y las bolas de una manera incontrolable: “tuvimos que conseguirle una carretilla para que pudiera trasladarse cargando las bolas – me decía con gran entusiasmo epistemofílico – igual mucho no se mueve, además las cejas ya le llegan a las rodillas así que no ve un carajo, intentamos cortárselas pero se nos enredaron en la chiva y los pendejos y era tremendo quilombo y un asco así que lo dejamos como estaba.” Me preguntó si quería verlo, lo mandé a cagar.
Partí en busca de nuestro delantero estrella. Lo primero que hice fue recorrer todos hospitales públicos y privados, pues daba por seguro que después del verano al Mancho solo se lo encuentra internado con un buen coma etílico. No lo encontré. Con gran sorpresa partí hacia las míticas tierras de Omar Gutiérrez. Al llegar a la plaza (esa que está frente al club, la farmacia y la iglesia), vi al Mancho caminando muy enamorado de la mano de su novia... No, no era su novia... no podía ser la Vale (que es Valentina y no Valeria... digo, para que se corrija). El Mancho está engañando a la Vale... si, esa no podía ser Vale Comas. El ejemplar que caminaba con nuestro delantero tenía las piernas peludas (yo sé que la Vale por algo nunca usa pollera, pero estas piernas eran demasiado peludas, unos canutos negros inmensos), mucha espalda, mucho brazo, una panza peluda que danzaba entre el fin del top y el inicio de la minifalda, y en los pies lucía unos zapatos leñadores negros a los que se les notaba que tenían algún que otro examen de bases biológicas, algún que otro trabajito de mozo, y sobre todo algún que otro clásico frente a la murguita. Si! Al acercarme comprobé lo que me temía, quién caminaba de la mano con el “maragato del gol” era el talentoso zaguero olvidado por el “ronco” López: Bruno “sarna con gusto pica igual” Silvera. Otra vez pensé: “qué mundo de mierda!” y pedí explicaciones. El Mancho comenzó a explicarme que estaban haciendo una “trancita”, que Bruno estaba simulando ser su hermana deforme, retardada y sobre todo fea, e iban hacia la intendencia para tramitarle un carné de discapacidad, para que pudiera cumplir su sueño de viajar gratis en los ómnibus. “Y cuando terminemos yo se lo voy a pagar con una damajuana de vino” agrego Silvera, “fijate que era una oportunidad que no podía dejar pasar” sentenció Marchales. Claro! Ahora todo volvía a estar en su lugar: Bruno, un chanta capaz de travestirse por ahorrar un boleto; el Mancho, un borracho capaz de pasearse con un travesti por un vino.
En cuanto a mí, no yo que estoy escribiendo, sino mi otro yo: el guardavallas, el maravilloso goalkeeper que ataja con guantes de seda, para distinguir su clase de los arqueruchos de otros equipos de morondanga (ahora que lo pienso: Morondanga sería un gran nombre para un equipo, cuando se arme un campeonato de básquetbol propongo como nombre Club Atlético Morondanga Football Club). En cuanto a yo, decía, debo reconocer que estuve a punto de abandonar el equipo. Recibí, durante el verano, una propuesta muy importante de Cacho de la Cruz para ser el “golero de cacho”. Tuve tres días a prueba, pero me echaron pues me encontraron, luego de una grabación, en un camarín enfiestado con un par de “chin chin” menores de edad, “Pelucita”, Victor y tres de sus populares marionetas. Así que aquí estaré un año más...

Salú Kamchatkeros, el 2008 es nuestro!!!






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