domingo, 4 de noviembre de 2007

Los tres mosqueteros


Son muchas las historias que se han ido tejiendo en torno al plantel del Kamchatka. Italo o Itako, Ángel, son ejemplos de esto. Parece un bosque encantado, solo falta el Hada, bah, en realidad no es que falte, solo que la pebeta renunció luego de ser abusada por el presidente de la institución.
Se suma ahora la historia de “Los tres mosqueteros”. Esta leyenda nos llegó gracias al viejo de “Alejo y Valentina” el cual nos pidió que nos reservásemos los nombres verdaderos de los protagonistas porque: “esto no es joda eh, vos que te pensá...” Es así que no usaremos sus nombres originales sino seudónimos elegido de manera totalmente azarosa. Los protagonistas serán a partir de ahora Luis, Nikolaidis y Felipinhio.
Los tres tipos estos vivían muy felices en la Francia del siglo XVIII (pueden haber errores espacio-temporales, si se detienen en ellos vayan a lavarse el culo). Tomaban de las mejores cepas y gozaban de las más selectas prostitutas de Paris. En fin, se aprovechaban de todos los privilegios cortesanos. Pero hete aquí, que en una de esas tradicionales noches de desbunde, Luis se zarpó con una pendeja que danzaba en el palacio, en un salón del mismo denominado “El Interbailable Real”. Parece que la púber mientras bailaba le ofreció una mirada que el popular mosquetero nos definió de la siguiente manera: “me clavó los ojo la muy guarra, me estaba histeriqueando, yo le dije, me mirás así de nuevo y te saco a recorrer el reino en poronga. Y ahí se pudrió todo...”
La ya no tan niña, aún no tan adolescente cortesana, le piantó tremendo guantazo que le hizo sangrar la nariz. En seguida apareció en escena Felipinhio, al que también le sangraba la nariz, aunque no sabemos porqué, y le dijo: “¿qué te pasa con el Lui vo, terrajita...?” El ambiente estaba picado, y el que ahora emergió desde las sombras fue un pelirrojo, que se interpuso entre los tres y con tono apacible y mesurado interrumpió: “caballeros, cómo osáis hablarle en tales términos a tan beia donceia. - guiñadita por medio, giró en torno a la chica – permítame que la acompañe a un lugar más tranquilo.”
Entre agradecimientos, risas y besos, la inocente damisela se rindió a los brazos de Nikolaidis. Este le propuso durante un largo rato llevarla a la cama, pero la joven siempre se rehusaba. Al día siguiente cuando se despertó tenía tremenda resaca, estaba con el cuerpo congelado, típica sensación luego de una noche de fiebre. Se percató de que había sido drogada sin que ella se hubiese dado cuenta. El muy descarado no solo abusó de ella sino que aparte le robó varias de sus pertenencias antes de marcharse.
Resulta ser que la flaca era hija del famoso hechicero Merlín, que estaba en Francia porque le había salido una changuita con el mago Ariel. La chica fue corriendo hasta la carpa en donde pernotaba su padre. Al entrar lo encontró en el catre con un varoncito. “Hija... qué hacéis aquí... eh... qué momento... bueno... te presento a mi nuevo ayudante, se llama Harry... Harry Potter...” La guacha le contó todo lo sucedido a su progenitor. Y este enseguida salió junto con su “ayudante” y su hija en busca de los tres pervertidos. Los encontraron enseguida. Los boludos se quedaron afuera del baile comiendo un choripán en un carrito. “Hiju ‘e putas - gritó el mago - pagaréis muy caro lo que habéis hecho. No sabéis con quien se han metido. Yo soy Merlín, el mago...” “Y yo soy el goleador del Kamchatka...” respondió Nikolaidis cagándose de risa. “Vosotros que estáis acostumbrados a los lujos de la nobleza, os congelaré para toda la eternidad y solo otro hechicero o tránfuga de gran calibre podrá romper el hechizo.” El flaco empuñó la varita, echó un polvo, dijo tres huevadas y congeló a los mosqueteros.

Siglos después un chanta, (cuyo nombre me reservo, pero ustedes sin duda podrán deducirlo fácilmente. Pista: “chanta”, “tranfuga” y sobre todo “gran calibre”) que andaba de tranzas por París se los compró a una vieja que los tenía como adornos en su mesita de luz. Los descongeló, los trajo a Montevideo y les dijo: “chiquilines, yo se que el último empleo que tuvieron fue defender la honrada corona de Francia, pero ahora tienen para su existencia una misión mucho más importante: dar la vida por el honroso nombre del Kamchatka...”

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